Cada día que salgo a pasear, lo veo, está ahí, en su corralito, tras la valla. Parece bien cuidado. Con su pelaje marrón y moteado de manchas blancas y sus ojos tan grandes, expresivos y llenos de vida y curiosidad. Una vez, cuando yo pasaba cerca de la valla me vio venir, se acercó. No me atreví a pararme, acariciarle. Es tan bonito. Me da penita verle siempre tan solo. Cuando lo veo de cerca, me quedo con las ganas de acariciarle, y decirle:
-hola
guapo. Sabes, eres una de las razones de que me levante cada mañana temprano a
pasear- con lo poco que me gusta madrugar.
Pero
cabalga, se libre.
Siente la
libertad.
Cabalga
con todas las fuerzas.
Que te
permitan tus patas.
Siente el
aire fresco sobre tu piel.
Sin rumbo fijo.
Sin vallas
que te limiten.
Que te
coarten tu espacio.
Cabalga
sobre verdes praderas.
Bosques y
alamedas.
Y bebe
agua de arroyos.
Que
contiene agua cristalina y pura.
Cabalga,
poni cabalga.
Y siente
la libertad.
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